domingo, 3 de octubre de 2010

Incompleto 1.

Las luces y la música terminaron, y yo supe que debía salir al escenario. Dejé el libro que estaba leyendo y me miré al espejo para revisar mi maquillaje, mientras Reinaldo, el animador, me anunciaba. En eso entró la Karina, la chica que había estado bailando antes, con las tetas al aire, como si nada… Nunca ha tenido mucho pudor, desde que llegó aquí. Pero claro, es joven, de tetas lindas.

Yo me sentí vieja de repente. El maquillaje me hacía ver un tanto patética bajo las luces tan brillantes del tocador. Y mi cuerpo, ya suelto, apenas se sostenía con la malla del traje.

-¿Qué lees? –me preguntó Karina, sin mucho interés. Tomó el libro y leyó la portada, arrugando el entrecejo.

-Ni…ets…ché. ¿De qué trata?

-Es Nietzsche, es un filósofo –respondí, arreglando mis pezones tras las costuras de estrella.

-¿Un qué? ¿Qué es eso? –preguntó, abriendo los ojos de forma tan exagerada que no supe si era para enseñarme una vez más sus ojos verdes, o si era de sincero desconcierto.

-Bueno, un filósofo es…

Entró Reinaldo con el micrófono en la mano.

-Te anuncié hace rato, Tamy. Tienes que estar atenta –me dijo enojado. Le sonreí sin ganas y lo seguí, sin responder la crucial pregunta de Karina.

Las luces altas del escenario me enceguecieron por un momento. Me puse en posición y cuando la música comenzó la seguí con los movimientos que me sé de memoria. Era una rutina, llena de gestos, de expresiones y de acercamientos de los que ya no era consciente. Mientras bailaba pensaba en las palabras del libro, en lo difícil que se me estaba haciendo y en cómo terminaría por entenderlo.

Un tipo de corbata se acercó con un billete. Dejé que me lo metiera en el trasero. Sus dedos estaban fríos, de seguro estaba bebiendo un trago con mucho hielo, tal como lo servían aquí.

Las luces de colores se encendían y apagaban, la música continuaba y yo no paraba mi show. Muchos billetes colgaban de la única prenda que me quedaba puesta. Siento que al aire mis tetas se encogen y se hacen más duras. Me gusta esa sensación, pero ahora ni siquiera pienso en ello. Tengo en la cabeza un maldito dilema filosófico.

Cuando terminó todo ni siquiera escuché los aplausos. En otras ocasiones me sentía bien al escucharlos. Mientras más bullicioso se ponía el local, mejor me sentía. Ahora no. Recogí los billetes que se me habían caído y la ropa, lancé un beso al público y desaparecí tras el escenario.

Karina seguía delante del espejo, arreglándose para salir a las mesas y vender trago o cigarros. Aunque todos en el local sabíamos que vendía otras cosas también, para las que se ponía de acuerdo a la salida de su turno. Pero a mí me daba lo mismo. Cada quien hace lo que le parezca con su trasero.

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